miércoles, 21 de junio de 2017

LUISA, PERDIÓ EL JUICIO

LA CONSULTA DE ENRIQUE BOUTTO


Luisa, la abogada, la que acompañó al chavismo desde el 13 de Diciembre de 2007, como Fiscal General de la República, cambió de bando. Después de casi diez años con el coroto de la Fiscalía del Ministerio Público, se bajó del autobús rojo y se montó rápidamente en avioneta, que por cierto no era de ella, pero que la llevó, en viaje rápido y veloz, a los brazos de la oposición. Esos cambios repentinos de bandos no son raros en nuestro país. Nos hemos acostumbrado, desde la cuarta república, a ver esas conductas entre politiqueros muy dados a cambiar de color partidista al menor influjo del viento en sus más íntimos esfínteres.
A estos cambios bruscos de preferencias de muchos y muchas, muy humanos por cierto, por aquello de que “el miedo es libre”, el pueblo popularmente los ha bautizado como “saltos de talanquera”. A esas personas se les tiene como malagradecidas, o por lo menos  sinvergüenzas. El salta talanquera no goza de buena reputación en el pueblo. Incluso de ellos se piensa que son malamañosos o corruptos, pues muchas veces el estimulo para el salto ha sido una buena tajada de billetes de circulación nacional o mejor aún, de dólares provenientes de las manos del estadounidense Tío Sam. Tan frecuente ha sido esta curiosa forma de disidencia en Venezuela que hasta una Ley Antitalanquera fue aprobada en Diciembre de 2010, para evitar que Diputados, muy dados a este tipo de comportamientos inmorales, cometieran, al cambiar de partido político en la Cámara Legislativa, un fraude contra los electores que votan por ellos y los elijen como parlamentarios de una determinada organización política. Sin embargo, el salto de talanquera no es exclusivo de políticos falsos y trepadores. No. Se ha propagado a otros sectores de la vida del país: artistas, deportistas, intelectuales, militares, jueces, y en fin, hasta Fiscales del Ministerio Público y todo aquel o aquella con ganas de poner en venta su presente, sin importarle su pasado pero apostándole a un futuro siempre incierto. De manera que, en Venezuela, con el surgimiento de Chávez  y  la agudización de la lucha de las ideas, se ha puesto de moda el cambio de ropaje, la caída de caretas, el culipandeo. Ha surgido el camaleón que muchos y muchas llevan por dentro, para cambiar, con extraordinaria facilidad, de color, de opinión y de actitud, según las circunstancias. En definitiva, el salta talanquera no aprendió ni moral ni luces, ni en su casa ni en la escuela. No sabe conjugar el verbo ser. Le gusta más el verbo estar. Y como buen Judas, quizás el más famoso y el más maluco de todos los salta talanqueras, quien salta talanqueras, trata enseguida de ser el más malo entre los malos, el más perverso entre los perversos, el más converso, para que sus nuevos amos perdonen su pasado, y así, como en un renacer, sufrir una metamorfosis, y despertar, al mejor estilo de Franz Kafka, convertidos en monstruosos insectos que se arrastran a los pies de sus nuevos dueños. Ese es el drama, o mejor la trajedia de Luisa Ortega Díaz, la que en otros años que reniega, militó en movimientos de izquierda y quien desde hace apenas tres meses ha emprendido una cruzada de descalificación contra todo lo que venga del gobierno Chavista, incluso contra las autopsias de las víctimas de la violencia terrorista y fascista de la derecha opositora que busca derrocar al gobierno venezolano. 
Pero ahora Luisa Ortega va a juicio. Dicen que debido a que perdió el juicio. O sea la facultad del entendimiento. El TSJ ha abierto en su contra un antejuicio de mérito por faltas graves en el ejercicio de su cargo. Entre otras cosas por “inepta acumulación de pretensiones”. Inepta también la llamó antes la oposición: sus nuevos mejores amigos que ahora sí dicen quererla. Luisa se reinventa. Se desviste. Pero no traiciona nada ni a nadie. Se traiciona a sí misma.

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